Page 16 - ROYALTY WITCHES 2
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—Pareces muy dispuesto a confiar en nosotras —dijo una voz desde el
fondo de la sala.
Todos se volvieron para mirar a Kibibi, que se estaba levantando. Rion
avanzó hacia ella, lentamente.
—Por supuesto. Todos los indómitos de Fuego sabemos lo que pasó.
Sabemos que salvasteis al Zorro Boreal, nuestra pureza, y que decidió ben-
deciros con una perla. Eso es cuanto necesito saber.
Un calor inundó el pecho de Kat al recordar al formidable animal y
el tacto cálido de su precioso pelaje en sus dedos helados por la noche de
Polaris.
Kibibi y Rion estaban ahora uno frente al otro y su amiga le ofreció su
mano. Rion la cogió al instante, sonrisa intacta.
—Eres Kibibi Furaha, segundo astil —dijo él.
—Y tú eres un inconsciente pero… bienvenido a Noreste.
Emma se pasó cinco de los seis kilómetros que separaban su punto de in-
cursión entre la Tierra y el pueblo de Logan llorando. Pero no le importó.
No había nadie alrededor, el día era gris y una suave lluvia caía sobre la ver-
de campiña. Todavía no lograba acostumbrarse a cómo había cambiado el
paisaje. El cauce del río había crecido y su banco era casi el doble de ancho
de lo que solía ser. La otra orilla parecía estar a un mar de distancia. Emma
también lloraba por eso, era un recordatorio más de lo que había pasado
aquí. Unas semanas atrás, de pronto, sin explicación ni aviso previo, la costa
escocesa había despertado con un poderoso tsunami arrasando campos, ca-
sas y carreteras. Un infierno marino que había durado unos largos instantes
pero, de pronto, el agua había desaparecido, como si no hubiera existido
nunca. Sin embargo, la violencia que había dejado la gran ola había perdu-
rado, oscureciendo una tierra acostumbrada a los cielos tormentosos pero
no a las caras atormentadas.
Cruzó el puente Saint Michael y se obligó a dejar toda su melancolía
atrás, en las aguas del río Nith. El pueblo de Dumfries había salido bastante
airoso de la fuerza indómita de Shin, pero, aun así, la angustia de ese horri-
ble momento se había pegado a cada adoquín, a cada ladrillo, a cada bisagra
de cada puerta y Emma casi podía saborearla, amarga y ácida, al fondo de
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