Page 18 - ROYALTY WITCHES 2
P. 18
Así que había vuelto al idílico pueblo de Dumfries, avanzando len-
tamente por Edimburgh Road en busca de la esquina de Lovers’ Walk.
Para seguir calle arriba hasta el número 8 y llegar así a esa bonita casa
de ladrillo rojo, idéntica a la que tenía al lado, pero completamente
distinta porque en la casa de los Collins no había ningún Logan Clar-
ke. Emma vio la fachada en la distancia y se preguntó si podría hacer
lo que tenía que hacer: decirle adiós a lo más bonito que existía en su
vida.
Nadie sabría nunca lo mucho que quería a Logan. Kibibi y Kat creían
saberlo, pero sus dulces cabezas no tenían capacidad para imaginar algo
tan basto, tan grande, tan infinito como su amor por él. Porque por
Logan, Emma era mejor, quería ser mejor. Logan le había ayudado a
ver la belleza que existía en el mundo, en ambos mundos. Emma, antes
de Logan, era rabia pura, ambición enfermiza y humillación reprimida.
Una vida a la sombra del Terrores que había empañado todos sus días,
hasta que apareció Logan. Un chico que no sabía nada, ni de Emma ni
de la magia ni de su pasado. Un chico que la miraba con estrellas en los
ojos y le tendía una mano. Emma no podría haber evitado enamorarse
si lo hubiera intentado, pero no lo hizo. Porque vivir viendo bondad y
felicidad era mucho mejor que sufrir la oscuridad y la soledad que la
esperaban en Taika.
Pero las cosas habían cambiado.
Emma necesitaba regalarle a su familia el mismo regalo que Logan
le había hecho a ella. Necesitaba liberarlos de los grilletes del Terrores,
necesitaba ganar la Liga, cambiar el curso de todos los Torres, darles una
reina de la que estar orgullosos. Pero no lo lograría… No podía ganar
la competición más despiadada de su vida, proteger a sus compañeras,
combatir las injusticias de Mokoena con su corazón y su cabeza en la
Tierra. Tenía que tomar una decisión: Taika o la Tierra; Noreste o Lo-
gan; una corona o nada. Debería ser más sencillo de lo que había sido,
pero la llegada de Rion y el inminente inicio del nuevo ciclo de la Liga,
le habían dado el empuje suficiente para agarrar la cadena y cruzar la
frontera.
Y ahora estaba delante de la pequeña puerta forjada que daba paso al
patio delantero del número 8 de Lovers’ Walk.
La puerta de la casa se abrió de pronto y apareció una mata desor-
denada de cabello oscuro, unos anteojos a punto de resbalarse de una
18