Nos encontramos en Moscú, el 28 de febrero de 1953. En la casa de la radio del Pueblo la orquestra está retransmitiendo en directo el concierto para piano nº 23 de Mozart. A Iósif Vissariónovich, más conocido como Josef Stalin, le ha encantado el concierto y quiere una copia de la grabación.¿Pero qué pasa? El acontecimiento no estaba siendo grabado. La orquesta se queda toda la noche tocando para grabarlo, porque tiene miedo a decirle al dictador que no lo estaban grabando durante la emisión. Esta es una analogía de la situación de ese momento. Esa misma noche, Stalin sufre un ataque cerebrovascular y empieza su agonía. El 2 de marzo de 1953 el camarada Josef Stalin sufre un repentino ataque cerebral tras leer una breve nota de la solista María Yudina. Los miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética se reúnen en comité, pero las resoluciones se demoran y la ayuda médica llega tarde.Dos días después se hace pública la muerte del “Padre de los Pueblos” y, mientras el partido se debate en busca de un sucesor, Vassili, su hijo, intenta destapar una conspiración organizada contra su padre. Es entonces cuando las pompas fúnebres se convierten en un juego estratégico de acusaciones internas y traiciones al Partido, una lucha entre la asunción del poder y la pura supervivencia. El guionista de Érase una vez en Francia, Fabien Nury, y el dibujante Thierry Robin se acercan con éxito a uno de los capítulos clave de la historia de la Unión Soviética a través de su nuevo cómic, La muerte de Stalin.
7 de junio de 2016