Page 16 - Royalty Witches 1
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—¿Qué? —preguntó Kat.
—Reino de Yamato —vociferó la cancillera Mokoena, Kat casi saltó de
la silla y Kibibi le estrechó la mano con fuerza.
En uno de los espejos más alejados apareció una mujer, era Kozue Matsu-
yama, una de las consejeras de la corona. Kat inclinó ligeramente la cabeza en
señal de respeto, aunque sabía que la mujer no podía verla entre la multitud.
—¿Desea vuestro pueblo que se luche por su corona?
La pregunta flotó en el aire un largo instante, aunque Kat conocía la
respuesta. El reino de Yamato no era arcaico como Macedonia, pero sí igual
de inamovible. Cada oportunidad de participar en la Liga era una opor-
tunidad que había que aprovechar y los royals seleccionados, siempre ex-
tremadamente jóvenes, debían ganarla, costara lo que costara, porque, en
Yamato, perder era una gran deshonra.
—Sí, lo deseamos.
Kat cerró los ojos y respiró hondo, soltó a Kibibi, se pasó las manos por
la falda para alisarse las arrugas y después se aseguró el sombrero. Volvió
a coger aire.
—Shimizu Katsuki y Kawamura Eichi, alzaos.
Kat se levantó y miró al frente, firme, hacia la cancillera, intentando pa-
recer pétrea y segura. Con el rabillo del ojo, vio como un oficial le apuntaba
con la maza y respiró hondo.
—Habéis sido escogidos por la pureza y aceptados por vuestro reino, a
partir de ahora, no sois unos brujos cualquiera, sois royal, y el futuro del
reino está en vuestras manos.
La luz dorada la envolvió por completo y todo se volvió blanco a su al-
rededor. Kat sintió que la magia la rodeaba. El hechizo contenía magia de
Fuego, de Metal, de Rayo y una pizca de Tierra. Se pegó a su piel y llegó a
su interior. El calor duró un segundo, pero Kat tuvo claro que no lo olvida-
ría nunca. Al instante volvía a estar en el salón, la gente aplaudía y su ropa,
de pronto, pesaba más.
Hizo una reverencia y se volvió a sentar. De refilón vio sus propias hom-
breras, ahora cubiertas de oro. Katsuki Shimizu era una bruja royal. El
honor de su familia quedaba restaurado.
—Felicidades, Kat —le dijo Kibibi.
Miró a su amiga y, a pesar de que en sus ojos se leía preocupación, su
sonrisa era sincera. Kat inclinó su cabeza.
—Gracias.
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