Page 14 - Royalty Witches 1
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La cancillera Mokoena cogió el pergamino y lo desplegó con una soltura
digna del arte de la danza. La tela salió por los aires dibujando un bonito
arco hasta quedar colgado de las manos de la cancillera, acabando casi a
sus pies. De refilón, Kat vio unos garabatos dorados, pero fue incapaz de
descifrarlos desde la distancia. El pergamino contenía los nombres de todos
los reinos, ordenados al azar.
Justo entonces, los otros espejos empezaron a crepitar. Decenas de hechi-
zos de transmisión se estaban lanzando al mismo tiempo. La cancillera bajó
la vista hacia el pergamino y mostró al público su segundo dedo, que estaba
cubierto por un dedal que acababa en un puntiagudo rubí.
—Reino de Punia —llamó robustamente.
Al instante apareció un brujo en uno de los espejos. Tenía la piel tostada
y arrugada y las cejas tan tupidas que casi le escondían los ojos.
—¿Desea vuestro pueblo que se luche por su corona? —le preguntó
Mokoena.
—No —contestó el señor con firmeza al cabo de unos instantes.
La cancillera asintió al tiempo que pasaba el dedal por encima del primer
nombre del pergamino, el rubí creando una línea rojiza sobre él.
—Fortuna y pureza para el reino de Punia —dijo al tiempo que en el gran
espejo las líneas que delimitaban ese reino se oscurecían hasta desaparecer.
El brujo asintió antes de desvanecerse en el reflejo, dejando tras de sí la
tensión en el aire.
—Reino de Hua —retomó la mujer. Kibibi disparó su mirada hacia la
derecha, donde seis filas por delante las espaldas de los gemelos Kang se
habían erguido. Una mujer joven, pero con unos ojos llenos de sabiduría
apareció en uno de los espejos inferiores—. ¿Desea vuestro pueblo que se
luche por su corona?
Kat aguantó la respiración.
—Sí, lo deseamos.
Un aplauso se propagó por toda la sala y Kat se dio cuenta de que ella
misma estaba dando palmas. La cancillera Mokoena asintió con severidad.
—Kang Sunwoo, Kang Sunmi y Ling Qiyue, alzaos.
Los gemelos lo hicieron perfectamente sincronizados. Al fondo de la
sala se levantó una chica. Tenía la cara alargada y una larguísima melena
negra que le llegaba hasta las caderas. Dos oficiales se abrieron paso por
el salón. Cada uno llevaba una gran maza dorada que apuntaron hacia los
tres brujos en pie.
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